Estamos en unos días especiales, donde el recogimiento y los mejores sentimientos afloran. Curiosamente el inicio de esta Semana Santa ha coincidido con el día del padre y quisiera aprovecharlo para compartir con todos una historia real de las que hace emocionarse a todo aquel que tiene un mínimo de corazón.
Es la historia de Dick Hoyt, australiano de nacimiento, teniente coronel retirado y gran aficionado al deporte, tanto como espectador como practicante a nivel aficionado. En 1962 tuvo un hijo a quien llamó Rick, que nació con el cordón umbilical alrededor de su cuello, lo que al parecer le produjo parálisis cerebral.
A pesar de todo, sus padres decidieron ignorar el diagnóstico de los médicos que les auguraron que su hijo se mantendría en estado vegetativo. Se resistieron y consiguieron que en la Universidad de Tufts descubrieran que su inteligencia le permitiría, a través de movimientos de su cabeza, utilizar un ordenador para comunicarse con el exterior.
De esa manera, con perseverancia y persistencia, Rick consiguió un grado académico en Educación Especial en la Universidad de Boston, ciudad donde actualmente reside y trabaja. Pero esto, aún siendo extraordinario, no es lo más destacable de su historia. Lo realmente admirable es que, las primeras palabras que logró escribir fueron “vamos Bruñís”, con lo que su padre descubrió como su hijo minusválido reaccionaba ante la visión de actos deportivos, era un fanático de los deportes. El desafío estaba servido.
El padre dedicó horas y horas a prepararse físicamente, incidiendo aún más en su gran afición deportiva. De tal manera que se propuso participar en una carrera benéfica con cinco millas de recorrido, las cuales realizó junto a su hijo. Concretamente, mientras corría, empujaba la silla de ruedas adaptada de su hijo.
Tal fue la reacción que obtuvo de su hijo, que desde entonces se dedica permanentemente a participar en todo tipo de pruebas, siempre acompañado de éste.
Así ha participado en más de mil pruebas deportivas de todo tipo. Ha participado en más de doscientos triatlones, veinte duatlónes y 64 maratones.
Incluso han participado más de seis veces en una de las pruebas más duras que se conoce, el triatlón Ironman, que consiste en 3.800 metros nadando, Dick lo hacía remolcando un bote adaptado con su hijo, después lo sacaba en brazos del agua y lo llevaba hasta su bicicleta, también adaptada para llevar delante a su hijo, con la que recorría 180 km., tras lo cual lo cambiaba a la silla de ruedas especial de su hijo, la cual empujaba mientras corría, durante otros 42,2 km..
Todo esto contado así puede parecer poca cosa, por eso les invito a navegar por internet, busquen información sobre Dick y Rick Hoyt. Vean los videos de sus participaciones en estas pruebas y comprueben de primera mano como la felicidad aparece reflejada en la cara del hijo cuando llegan a la meta.
Les aseguro que merece la pena dedicar unos minutos a conoceresta epopeya. A mi me ha conmovido. Realmente compruebas como en un mundo tan material y egoísta, aún quedan muchos ejemplos de superación, de lo que realmente puede unir a un padre y su hijo, aunque sea a través del deporte. El caso es encontrar un lazo de unión, de amor, de convivencia ante una situación tan difícil y complicada como es tener un hijo con parálisis cerebral.
Pero no solo se trata de mantener su unión a través del deporte. Padre e hijo se dedican a dar charlas explicando su caso, motivando y ayudando a otros que tienen parecidas o incluso las mismas circunstancias familiares.
Una vez le preguntaron a Rick que es lo que desearía darle o hacerle a su padre. Este respondió simplemente que “lo que me gustaría es que mi padre se sentara en la silla y que yo pudiera empujarlo”.
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