La demagogia del agua

Hay principios que casi nadie discute. Por ejemplo el de la solidaridad hídrica. O lo que es lo mismo. Llevar el agua que sobra a donde falta. Es muy difícil estar en desacuerdo con ello. Como se puede explicar defender que en un lugar sobre agua y en otro falte, y los responsables políticos no hagan nada para evitarlo.
Que todos los años tengamos la misma situación y nadie haga nada por evitarlo es un crimen. Que cada año los ríos del norte de España se desborden causando innumerables pérdidas y daños, mientras la huerta levantina se muere de sed, no tiene perdón. Solo por eso habría que mandar al paro a nuestros gobernantes.
Este problema, esta situación, no es nueva. Ni siquiera es de ayer. Viene de lejos y nadie ha sido capaz de arreglarlo. El único que hizo algo efectivo, aunque se pretenda desacreditar todo lo que hizo, fue Franco. Si ese del que se reían porque decían solo se dedicaba a inaugurar pantanos y embalses. Todos esos pantanos y embalses gracias a los cuales los problemas de abastecimiento de agua a nuestros campos y ciudades no son aún mucho mayores.
Después de él, nada de nada. Hasta que llegó Aznar y se puso manos a la obra. Consiguió el respaldo el respaldo del 85% de los implicados para aprobar un Plan Hidrológico Nacional que suponía un avance importantísimo en la solución del problema. Además de una inversión capital para el desarrollo y creación de empleo en una gran parte de España.
En este apoyo se incluía a varias regiones españolas gobernadas por los propios socialistas, como el caso de nuestra Castilla La Mancha, cuyo entonces presidente, Pepe Bono, aplaudió públicamente. Lógico, si se trasvasaba el agua que sobraba del Ebro -solo la que sobraba-, hasta el levante, ésta zona dejaría de necesitar el agua que durante décadas viene recibiendo de nuestra comunidad y que nosotros también necesitamos. Es la única solución para dar caducidad al trasvase, todo lo demás son brindis al sol.
Pero como en tantas ocasiones, la insolidaridad se impuso. Parece que es más rentable, políticamente hablando, encontrar o inventar una bandera para conseguir el respaldo popular. Y los socialistas se erigieron en defensores del agua del Ebro, que, según ellos, era de los aragoneses y catalanes, y por lo tanto lo que se pretendía era robarles algo que era suyo. Y funcionó. Ganaron en Aragón y también en Cataluña.
Llegó Zapatero y el Plan Hidrológico Nacional a la basura. Desde entonces la demagogia ha aumentado, haciendo especial hincapié en sustituir el trasvase aprobado del Ebro por desaladoras, algunas de las cuales estaban previstas en dicho plan, pero como actuaciones complementarias. Pero nunca las desaladoras podrán sustituir y cubrir las necesidades del levante español. Son mucho más caras, en cuanto a su construcción y mantenimiento energético. Son muy contaminantes -salmuera, CO2-. Y para colmo el agua que se consigue, además de mayor coste, no es utilizable para riego.
Consecuentemente, la guerra del agua va a más. El Levante sigue reclamando agua. Castilla La Mancha apuesta por poner caducidad al trasvase -más demagogia-. El Ebro desbordándose. Y en Cataluña empiezan a sufrir las consecuencias de su política anti trasvases. Barcelona empieza a tener sed.
La solución, ahora, un trasvase desde el Segre. La respuesta automática de los aragoneses, eso sí con la boca pequeña, negarse a dicho trasvase. Zapatero, que en campaña aseguró no habría trasvase del Ebro -del Tajo Segura no dijo nada-, se opone también, e incluso argumenta que hay mejores soluciones, sin especificar ni una sola. Y los catalanes ya tienen hecho el proyecto de trasvase. Quién le pone el cascabel al gato.Y es que la insolidaridad y los errores tienen un precio que tarde o temprano hay que pagar. El problema del agua sigue sin resolverse y cada vez la solución es más difícil. Lo lógico sería recoger los excedentes de agua del Ebro, embalsarlo y trasvasarlo hasta donde haga falta. Pero para eso habría que aceptar que el agua es de todos

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