Me descubro

Castilla-La Mancha es una comunidad donde, entre todos, hemos conseguido que la libertad de expresión y circulación sea prácticamente completa, aunque haya algún caso puntual de lo contrario. Pero en general no nos podemos quejar. No obstante, ello no supone que salgamos del furgón de cola de las comunidades españolas en cuanto a riqueza. Seguimos siendo una de las tres comunidades últimas en los ranking más importantes de desarrollo y progreso. Nuestro peso en la economía nacional sigue siendo testimonial. Tantos años siendo gobernados por los socialistas no han hecho que avancemos más que los demás.
Lamentablemente hemos asumido con resignación franciscana que somos lo que somos y no podemos progresar más deprisa. Yo discrepo totalmente y estoy convencido que estamos desperdiciando muchas posibilidades y potencialidades. Pero algún día esto tiene que cambiar y entonces comprobaremos que somas capaces de mucho más. Solo necesitamos que nos gobierne gente que crea en lo que hace y no se limite a mantenerse en el sillón, cómodo y bien pagado.
Sin embargo, el que no se consuela es porque no quiere. Aunque su producto interior bruto, su renta per capita, su nivel de servicios e infraestructuras es muy superior al nuestro, hay un aspecto en el cual no envidio a los españoles que viven en ciertas comunidades punteras como puedan ser Cataluña, País Vasco o Galicia.
Me refiero, al hecho de que todo lo que no suene a nacionalista es rechazado y reprobado, y si además sabe a españolista, perseguido y castigado. Y lo peor de todo es que cada vez hay más gente que se resigna a que no se puede hacer nada por cambiarlo. Incluso, cual síndrome de Estocolmo, afirman que allí no pasa nada. Todo está bien y viven conformes.
Por eso, desde la comodidad de una comunidad como la nuestra, donde este problema se ve tan lejano, me descubro ante aquellos que son capaces de levantar su voz y cantarle las cuarenta al poder establecido en esas comunidades. Siento una profunda admiración por los que día a día se rebelan contra la imposición lingüística catalana, vasca o gallega. Que denuncian, que protestan, que se manifiestan y recogen firmas. Que luchan contra una política suicida que les hace estar cada día más alejados de sus orígenes. Más alejados de España.
Pero con todo y con eso, aún siento más admiración por los que además tienen que capear el odio, el miedo y la presión de los violentos, sin olvidar la ambigüedad de los propios nacionalistas. Convivir en zonas del país vasco tiene que ser tremendo. Sin poder expresarte por miedo a descubrirte. Sin poder hablar ni con los amigos o compañeros de trabajo sobre política. Sin ni siquiera poder tender la ropa de trabajo para que no te localicen. Debe ser estresante.
Y si además de esa tensión, tienes que cargar con ser el objetivo de los terroristas ya me contarán. Eso no es vivir. Por eso me asombro ante la entereza de hombres y mujeres que son capaces de darnos ejemplo de valentía, personificados en Regina Otaola, María San Gil, Rosa Díez o Gotzone Mora. Pequeñas y menudas, pero grandísimas y admiradas mujeres vascas y españolas. Aunque hay muchas más, quiero rendir mi homenaje y reconocimiento en estas cuatro.
Y como colofón a la valentía y el ejemplo de todas ellas, quisiera personificar mi reconocimiento y admiración a la viuda del asesinado Gregorio Ordóñez, Ana Iribar, que no hace muchas fechas, en el mismo parlamento vasco, en presencia de la cúpula nacionalista, tuvo el arrojo de expresar en voz alta y a la cara su desprecio por el Lehendakari vasco, Juan José Ibarretxe, por su deslealtad, hipocresía y cobardía para con las víctimas de ETA. Con un par. Ya quisiéramos muchos tener su fuerza. Y es que, el país vasco es capaz de dar los peores frutos, pero también de dar los mejores que uno pueda soñar.

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