He vivido muchas ferias y muy distintas. Como albaceteño anónimo, de a pié, y también como representante político. De esta etapa, doce años como concejal, guardo muchas y buenas anécdotas dignas de ser conocidas, pero que ocuparían mucho más espacio del que dispongo, para ello tendría que escribir un libro.
Pero sí contaré alguna, como la de que, de siempre, en la cabalgata de apertura de la feria, tras las carrozas, bandas y charangas, la cerraban todas las autoridades, civiles, militares y eclesiásticas de la época. Es decir también desfilaban los diputados nacionales, senadores, diputados regionales y provinciales, mandos de la Base Aérea, Maestranza, Guardia Civil, Gobierno Militar, Gobierno Civil, hasta el sunsun cordan. Pero en 1990, siendo Alcalde de Albacete el socialista Pepe Jerez -yo era portavoz del grupo popular-, nos puso de acuerdo a todos los grupos municipales para acabar con aquello, acordando por unanimidad que solo desfilaríamos la corporación y el Obispo.
Pero, una vez tomada y comunicada tal decisión, llegó septiembre y en vísperas de dicha cabalgata, al todopoderoso Pepe Bono, a la sazón Presidente Regional, se le antojó hacer el paseillo ferial. Por supuesto que Pepe Jerez no se atrevió a negarle el capricho. Nos reunió nuevamente en Junta de Portavoces y nos comunicó la inevitable asistencia presidencial. Como significaba romper un acuerdo previamente adoptado, entendió que algunos concejales no quisiéramos participar en dicha cabalgata, por lo que nos excusó de hacerlo. Así a la cabalgata faltó casi la mitad de la corporación, todo por el capricho de Bono. El numerito fue de órdago. Yo, ese año, presencié la cabalgata de feria desde el balcón de mi despacho municipal. A partir de entonces, como representantes oficiales, solo desfilan la corporación municipal y el Obispo.
Cuando finalizaba la cabalgata, en donde ahora se pone la exposición de cuchillería, se celebraba una pequeña recepción para las autoridades participantes en la misma, la cual se continuó manteniendo, hasta que, con ánimo de que ese acto fuera más abierto, se fue ampliando el círculo de invitados a lo que llaman la sociedad articulada, teniendo que cambiar su ubicación -ya no cabían todos-, a la Caseta de Los Jardinillos. Donde cada día hay más gente y todos a cargo de los contribuyentes.
Sí que añoro uno de los actos con más tradición que se celebraban en los días previos a la feria. Me refiero a la subasta de terrenos para instalar las atracciones y chiringuitos. Era algo a lo que merecía la pena asistir. Se subastaban por lotes. Parcelas para churrerías. Para tómbolas. Para atracciones de niños. Para el circo. Ver a los feriantes pujar por un sitio donde instalarse era apasionante.
Otro momento imborrable en mis años de concejal han sido presenciar, en primera fila, como el alcalde y concejales socialistas se peleaban por coger con sus manos la imagen de la Virgen de Los Llanos. Que quienes presumen de agnósticos se empujen por tocar la talla de nuestra patrona, es que me ha chocado siempre. Tanto como compartir con ellos el día ocho y el diecisiete la misa correspondiente. Verlos sudar, incómodos, a disgusto, pero obligados para no dar el espectáculo, es algo que especialmente he disfrutado todos estos años.
También había un momento crucial en feria, cuando en el pabellón municipal se reunía toda la corporación a compartir una comida de hermandad. Todos juntos, aunque no revueltos. Así hasta que un año, el marido de una concejala socialista, en pleno paseo, paró a uno de mis compañeros de grupo, insultándolo y amenazándolo públicamente. Nosotros acudimos al entonces Alcalde socialista, Pérez Castell, pidiéndole amparo. Por supuesto que hizo oídos sordos a nuestra petición, por lo que decidimos no asistir a la comida de esa feria. Cuando se lo comuniqué al Alcalde estábamos entregando los trofeos de la milla urbana, enfrente del Gran Hotel. Pérez Castell se enfadó y me espetó que no quería compartir ningún acto conmigo, a lo que yo le contesté que si no quería estar conmigo ya se podía ir bajando del escenario, porque yo no lo iba a hacer. Todo esto sin perder la sonrisa ninguno de los dos. Además de los medios de comunicación, había mucho público que nos observaba. Por supuesto que nuestra relación continuó como siempre, con respeto mutuo y consideración. Además de estar obligados, a ninguno de los dos nos educaron para lo contrario.
En fin, doce ferias que dieron para mucho. Muchísimos ratos buenos y otros no tan buenos de los que apenas me acuerdo.
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