Ese era el lema de la multitudinaria manifestación celebrada el sábado en Madrid. El éxito fue total. La asistencia mucho mayor de lo previsto. Unos dirán que uno, uno y medio, dos millones de manifestantes, o incluso más, eso es lo de menos. La marea humana que acudió a expresar alto y claro su desacuerdo con las pretensiones de este gobierno quedó patente. Y es que el motivo merecía la pena. Expresar un apoyo por la vida y en contra de la muerte de seres inocentes como defiende Zparo y sus acólitos.
Que el aborto significa impedir el nacimiento y la vida de un ser humano es una evidencia científicamente constada. Y en la práctica supone someterse a una intervención mediante la cual se le inyecta a la mujer embarazada una solución que abrasa y mata al ser que lleva dentro, para posteriormente descuartizarlo y extraerlo a trozos que son arrojados a la basura. Si ese proceso se le explicara a las mujeres que se someten a esa interrupción del embarazo, si pudieran visionar en qué consiste el mismo, seguramente los abortos en España no serían tantos.
Un buen gobierno debería preocuparse y ocuparse porque las mujeres tuvieran toda la protección necesaria para poder llevar adelante sus embarazos y después, quien considere que no está preparada, o no puede, o no quiere, criar a su hijo, que lo entregue en adopción. Lamentablemente parece más fácil matar a tu propio hijo que entregarlo en adopción. Y eso que la adopción, aunque difícil, tiene solución, mientras que el aborto es algo irrecuperable y que no tiene marcha atrás.
Según los últimos datos, en España se producen más de cien mil abortos al año, a lo que habría que añadir que, con los abortos realizados en solo quince días, se podrían cubrir las adopciones que se aprueban en todo un año. En un país como el nuestro, con una de las tasas de natalidad más bajas que hay, donde tantas y tantas parejas suspiran por tener un hijo, contrasta que haya tantas mujeres que decidan eliminar al suyo antes de nacer, en vez de permitir que viva y, si quieren, darlo para que otras parejas lo críen. Eso es lo que debería proteger un buen gobierno. Pero no es el caso del nuestro.
En realidad no solo hablamos de un crimen, impedir que un ser humano nazca no tiene otro nombre, sino de un negocio multimillonario, a costa del sufrimiento, la ingenuidad, el miedo, la inseguridad y el desconocimiento de las mujeres. Nadie les obliga a abortar, pero a la mayoría sí que se les engaña y oculta la verdad de lo que ello supone. Ellas son las menos responsables. Quienes legislan con la excusa de permitirles su derecho a decidir, y en realidad solo defienden el dolor y el negocio que genera la muerte de miles de inocentes, son los verdaderos culpables.
Por eso, cuando votamos a Carmen Oliver, a Barreda, o a Zparo, estamos votando a favor del asesinato premeditado de seres inocentes e indefensos. Piénsalo.
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