Cada vez somos más.

El pasado martes, el presidente del gobierno Mariano Rajoy acudió al Senado para responder preguntas de la oposición. En su comparecencia quisiera destacar uno de los argumentos esgrimidos por el portavoz socialista para rechazar la reforma laboral recientemente aprobada.
Dijo Marcelino Iglesias que los socialistas no están de acuerdo con la reforma laboral porque “en el fondo ataca directamente a las centrales sindicales mayoritarias”, y en parte lleva razón. La citada reforma restringe las prebendas y mamandurrias que venían obteniendo las centrales sindicales mayoritarias, también llamadas de clase, aunque sabiendo los cientos de miles de euros que cobran algunos de sus dirigentes, no dejo de preguntarme ¿de qué clase?
Y llegados a este punto, estoy convencido de que cada día son más los ciudadanos que están hartos de que con sus impuestos se financie y subvencione a estos sindicalistas profesionales que han desprestigiado lo que esa figura significa.
Cada día más españoles exigen que ni un céntimo de dinero público se destine a las organizaciones sindicales, como tampoco a las organizaciones empresariales ni a los partidos políticos. Que cada cual se financie con las aportaciones de sus afiliados.
Estamos en una época muy complicada. Apenas hay dinero para atender servicios públicos esenciales como la educación o la sanidad, por lo que hay que fijar prioridades y cualquier ciudadano de a pie preferirá que el poco dinero público que hay, se dedique a mantener éstos, antes que a financiar sindicatos, organizaciones empresariales o partidos políticos.
Puedo estar equivocado, pero bastaría con poner una casilla en la declaración de la renta para saber quien quiere mantener a estas organizaciones, antes que una escuela pública de calidad o una sanidad pública solvente.
Los socialistas lo tienen claro, prefieren alimentar a los sindicatos y salir a la calle de su mano para intentar recuperar lo que perdieron en las urnas. Así se entiende la poca o nula conflictividad laboral que hubo con ellos. No era razonable morder la mano que te da de comer.

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